Samstag, 24. Februar 2007

LA GERENCIA ESTRATÉGICA Y SISTEMÁTICA DE LOS RIESGOS DE LA SALUD por Andres Agostini

“LA GERENCIA ESTRATÉGICA Y SISTEMÁTICA DE LOS RIESGOS DE LA SALUD”

Muy rara vez los esfuerzos humanos para identificar, evaluar y controlar los riesgos progresan desde sus raíces en las leyes morales. Sin embargo, el mundo parece seguir encaminado sincronizadamente hacia una situación amoral de “economía, eficiencia y de un sentido de actuar con diligencia”. Atrapados en esta suerte de “fuego cruzado” respecto de nuestros propósitos, el control de los riesgos de la salud tiene que decidirse por una alternativa. El abordaje sistemático (envolvente) de los riesgos provee de una metodología funcional para la traducción de los argumentos morales en el lenguaje tradicional de la gerencia bien comprendida, tal como lo son el costo, el desempeño y los cronogramas.

La vida humana es tan efímera. Su duración varía de una cultura a otra, de generación en generación y de acuerdo con la ocupación del individuo. Mientras no se haya desarrollado una solución racional, para eliminar la mortalidad humana, un esfuerzo considerable se ha desplegado a lo largo de la historia para extender la expectativa promedio de vida.

Dado el hecho inexorable que todos debemos morir, preferimos controlar tanto el tiempo como las condiciones en las que la muerte se advendrá. Las fuerzas primarias están organizadas en un orden para que dicho control pueda llamársele “riesgos de la salud” mientras que a la falta de control de tales riesgos de la salud está representada por las enfermedades y, ulteriormente, la muerte. Estamos asumiendo por “enfermedad” la antítesis de la salud, entendiendo por ésta última expresión a la afección de salud per se y las lesiones corporales. Tanto la medicina preventiva como las precauciones tomadas contra la ocurrencia de accidentes pueden ser consideradas como actividades de control de los riesgos de la salud.

La Preocupación del Mundo Occidental

La herencia judeo-cristiana de la civilización occidental nos provee con un riguroso basamento moral de preocupación por el bienestar del individuo. Negar las raíces religiosas y morales de la preocupación por los peligros y los riesgos de la salud, no solamente sería históricamente inexacto, sino también, ciertamente de un gran desconocimiento del tema. De hecho, la industria del cuidado de la salud, como ejemplo en los Estados Unidos, todavía se encuentra fundada en sus arraigadas preocupaciones judeo-cristianas por el individuo.

El cuidado de la salud humana podría haberse mantenido efectivamente como una responsabilidad moral de no ser por las emergentes y crecientes presiones económicas. Después de todo, una de las virtudes de la preocupación moral es que ésta desconoce límites económicos algunos. Salvar la vida de un niño bajo dificultad o apremio puede atraer a los principales encabezados de los medios de comunicación y muy frecuentemente resultará en el gasto a veces fútil e inoportuno de cantidades ingentes de dinero. No se presenta alguien, empero, que levante un reclamo por haberse incurrido en semejante gasto exorbitante.

Nadie pretende ser insensible ante la vida humana. El siquiera pensar en establecerle un costo económico a la vida humana es abominable y detestable para las gentes del mundo occidental. Todo lo que podamos ver, tocar, oír, degustar y oler puede ser ulteriormente tarifado. Más allá de ésto, aún la vida de una persona misma en cierta forma y en alguna medida, dentro de una subjetividad sopesada pero inequívocamente relativa, podría ser asimismo tarifada. De ese modo, parece que la preocupación históricamente moral, a partir de la cual los cuidados de salud brotaron, está en contraposición a la realidad del mundo económico en el cual ahora vivimos.

Esta oposición entre la moralidad y los preceptos económicos le ha presentado un dilema a aquellos responsables por dispensar la salud. En la medida que la tecnología médica progresa, la tarifa por sus productos y servicios también crece correlativa, exponencialmente y en valores reales. Es cierto que mientras el avance médico, particularmente en equipos electrónicos y, en especial, cibernéticos, alivia el sufrimiento humano y extiende la vida propiamente dicha, parece no haber una forma moral para medir la costo-efectividad de esos avances tecnológicos.

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